Por Daniel Gutson E-mail: danielgutson@gmail.com
Era el año 1874, 8 de enero para ser más precisos. El arqueólogo Charles Étienne Brasseur de Bourbourg, estaba muriendo en Niza, junto a su más íntimo amigo: el Commandant Pavillon, ex comandante de la Legión Extranjera.
Juntos habían estado en Centroamérica. Pavillon acompañó a Brasseur en viajes peligrosos en esos momentos. Pero Brasseur yacía, y con el último aliento contó a su amigo, el secreto arqueológico que había guardado hasta ese momento: descubrió, que en un lugar de Sudamérica, al sur-oeste de lo que hoy conocemos como Las Grutas, había un tesoro, capaz de cambiar el curso de la historia.
El comandante Pavillon, atónito y sosteniendo en sus manos la sudada y febril cabeza de Brasseur, no supo preguntar más. Tampoco podía. Su amigo pasaba a ser un recuerdo. Luego de un año, Pavillon decidió emprender un viaje a esa remota región que su amigo había descrito.
Hacia fines de abril de 1875, Pavillon llega a Carmen de Patagones. Luego de algunos preparativos, y contratación de personal, se desplaza unos cientos de kilómetros al Oeste. Recordándole sus años en Djibouti, al servicio de la Legión, el comandante se adapta rápidamente a la zona. Ahí levantaron un rancho.
Luego de algunos años, la zona se transformó en un caserío. La gente del lugar lo refería como el pueblo de Pavillon. Hoy en día, se cuentan muchas historias de ese caserío, del que hoy no quedan ya muchos rastros. Se especula sobre el secreto de Brasseur, y si el comandante lo encontró o no. Se habla del Santo Grial, se habla de algunos códices herméticos; pero muy poco se habla de qué fue del Commandant Pavillon.
Sólo he visto, en el rancho de un gaucho, una placa de metal gastado donde se podía leer “..tu agis sans passion et sans haine, tu respectes les ennemis vaincus…”. El resto, lo escondió el Tiempo.