El biodiesel tiene un más allá

A partir del principal deshecho de la industria del biodiesel, el glicerol, proponen fabricar bioetanol o alcohol vegetal. Es como resultado del trabajo de investigadores argentinos.

Aunque Brasil nos primereó con un primer biodiesel «by Petrobrás», la Argentina se está llenando de plantas de elaboración de este combustible verde, de todo tipo y tamaño. Ahora, gracias a un puñado de investigadores argentinos, sobre este nuevo negocio se podría montar un segundo de escala apenas menor: la fabricación de bioetanol o alcohol vegetal, otro combustible verde, a partir del la enorme cantidad de glicerol producida como el principal desecho de la industria del biodiesel.

Suena elegante, ¿o no?. Los autos nafteros del país, o parte de ellos, podrían moverse gracias al residuo generado para hacer andar cosechadoras, tractores, camiones, equipos electrógenos y autos diesel. Y lo que se necesita para esto es pasar a escala de demostración un proceso bien verificado en laboratorio.

Como tercer negocio, con el mismo residuo industrial (glicerol) se puede fabricar un plástico biodegradable, el polihidroxibutirato, o PHB, con varios nichos posibles de mercado. Y como cuarto negocio, se le pueden dar ambos negocios, el del alcohol y el de los «bioplásticos», a otra industria totalmente ajena a la del biodiesel: la láctea. Esta podría usar su principal residuo, la lactosa del suero de leche, como materia prima para fabricar tanto alcohol como bioplásticos.

Algunos de estos resultados vienen certificados por una de las revistas de mayor peso mundial en biotecnología aplicada (Applied and Environmental Microbiology), que publicó el desarrollo en su número de abril. Las entidades nacionales respaldantes son el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) y la Universidad Nacional de Buenos Aires (UBA).

Las «nanomáquinas» capaces de transformar basura orgánica en plata son bacterias de la conocida especie Escherichia coli, pero cepas mutantes artificiales dentro de ese taxón. Estas cepas tienen una particularidad clave: son capaces de seguir «en plan A», respirando con muy escaso oxígeno, situación en que otras coliformes abandonan el metabolismo oxidativo, pasan a «plan B» y se ponen a fermentar.

Cuando se compara a estas coliformes mutantes con el caballito de batalla actual de la industria del alcohol, las levaduras del género Saccharomyces, las «coli» tienen ventajas decisivas: se reproducen cada 20 minutos, en lugar de cada 40, soportan condiciones extremas, y como no necesitan casi aireación, refrigeración o agitación, gastan hasta 10 veces menos energía eléctrica y térmica al trabajar.

Ambas cepas fueron desarrollos del grupo de investigación que presiden las doctoras Beatriz Méndez y Julia Pettinari.

«Del abanico de posibilidades que abren estas bacterias, el tema más apurado para el país es el de fabricar alcohol a gran escala», comenta el doctor Roberto Marqués, de la Fundación Innova-T. Esta es una agencia de vinculación del Conicet que administra proyectos de investigación —entre ellos, el citado— y les busca salida productiva.

Innova-T ha conseguido inversores estatales y privados a otros proyectos estratégicos en energía, todos de más largo plazo. Pero Marqués subraya que esto de transformar glicerol en alcohol es para hoy, y urgente.

«El biodiesel ya está asegurado —dice este administrador de científicos—. Tiene ley de promoción, y el campo argentino, que —según el INTA— gasta anualmente la friolera de 1.800 millones de dólares en gasoil de origen petrolífero, sabe que el panorama se le va a complicar. La producción nacional de hidrocarburos viene cayendo desde 1998, y con el precio internacional del crudo por encima de 70 dólares, el productor de oleaginosas está obligado a volverse su propia estación de servicio».

Lo que estaba fuera de programa era que, gracias a una bacteria mutante, el campo dedicado al biodiesel pudiera volverse también un surtidor alternativo para la flota automovilística naftera, hoy mucho mayor que la gasolera. Y esto podría suceder sin grandes inversiones adicionales, porque:

Va a sobrar glicerol. Por ahora, lo compran las industrias cosmética, alimentaria y de fabricación de explosivos. Pero cuando la fabricación de biodiesel levante vuelo, la cantidad de glicerol desechado va a representar una amenaza ambiental para ríos, arroyos y otros cuerpos de agua.

Al sacar del medio dicho residuo, los fabricantes de biodiesel, además de añadir un segundo combustible a sus ventas, podrían pagar menos costos de mitigación de impacto ecológico.

Hacia 2008, cuando la Argentina se vuelva importadora neta de crudo, el dueño de cada automóvil deberá tragar saliva y empezar a pagar los combustibles líquidos a precios europeos, lo cual podría tener un impacto inflacionario y recesivo a la vez.

Quizás el único modo legítimo de abaratar la gasolina será cortarla con bastante más que el 5% de alcohol previsto por ley para la futura alconafta criolla.

Pero la Argentina no está preparada para fabricar grandes cantidades de alcohol barato, a diferencia de Brasil, que hace casi dos décadas viene preparando toda sus agroindustrias y su automotrices para este negocio.

La alternativa sería abandonar el motor a bujías y sustituir los automóviles actuales por gasoleros movidos a biodiesel, pero es una triple problema: hay un alto costo para los usuarios, es previsible que falte biodiesel —lo que no consuma el campo se exportará—, y por último está el asunto del impacto de su combustión sobre la calidad del aire en las grandes ciudades argentinas.

Con las bacterias desarrolladas por el equipo de Méndez y Pettinari, lo que para algunos usuarios podría ser apenas una molestia (adaptar motores nafteros a alconafta, con cambios mínimos), para el productor agrícola argentino —y para el fisco— puede volverse una oportunidad.

Porque una cadena de valor agregado que arranca en el surco de soja y termina en dos surtidores de distintos combustibles es más larga, compleja y generadora de valor agregado que sacar petróleo del subsuelo y quemarlo tras una operación de refino.

«Lo más interesante —dice Méndez— es que con estas coliformes mutantes, la patente (que está siendo gestionada por el Conicet), queda aquí. O, dado que el biodiesel va a ser una movida mundial, queda a disposición de millones de usuarios internacionales’ previo paso por la caja, que también queda aquí».

«Para la ecuación económica habitual de la energía en Argentina —sentencia Méndez—, esto es el mundo al revés».

Fuente: Clarín.com | Rural – por Eduardo Berdichevsky. Especial para Clarín.

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